EL Rincón de Yanka: 👪 LIBRO "LA SITUACIÓN HUMANA" DE ALDOUX HUXLEY

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viernes, 16 de marzo de 2018

👪 LIBRO "LA SITUACIÓN HUMANA" DE ALDOUX HUXLEY



"La situación humana", 
de Aldous Huxley
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Uno de los mejores resúmenes del pensamiento del autor, una obra que, anticipándose a las inquietudes del presente, aborda asuntos como la «orgía nacionalista», el deterioro ecológico y la creciente ola de la tecnología y la propaganda.

Desde mediados de la década de 1950 hasta su muerte en 1963, Aldous Huxley realizó continuas apariciones públicas en programas de radio y televisión e impartió cursos y conferencias en las principales universidades estadounidenses. Entre dichas conferencias, el ciclo más completo es el que, bajo el título de «La situación humana», fue impartido por el autor en 1959 en la Universidad de California, y que, editado por Piero Ferrucci, conforma el presente volumen.

Las dieciséis piezas incluidas, tales como «El hombre y su planeta», «Guerra y nacionalismo», «El futuro del mundo» y «El problema de la naturaleza humana», representan uno de los mejores resúmenes del pensamiento del autor. Anticipándose no solo a la contracultura de la década posterior, sino también a las inquietudes del presente, Huxley aborda con agudeza diversos asuntos de gran relevancia, entre los que destacan el deterioro ecológico y «el gran determinante de la civilización moderna»: el desarrollo de la tecnología, la tecnificación de cada esfera de la actividad humana y sus efectos sobre el orden social y político.

Aldous Huxley

Aldous Huxley (Surrey, Inglaterra, 1894 – California, EE UU, 1963) es uno de los escritores británicos más destacados del siglo XX. Miembro de una familia con una larga tradición intelectual (es nieto del célebre biólogo T. H. Huxley y bisnieto del poeta Matthew Arnold), estudia en Eton y Oxford, donde se gradúa en Literatura Inglesa. Tras ejercer la docencia durante un breve periodo, pasa gran parte de la Primera Guerra Mundial en Garsington Manor, la residencia de lady Ottoline Morrell en la que conoce a varios miembros del grupo de Bloomsbury y a otros escritores relevantes, y al término de la contienda comienza a colaborar en publicaciones como la revista Athenaeum. 

Durante la década de los veinte hace varios viajes por Europa con su mujer Maria Nys y publica novelas de cierto éxito como "Los escándalos de Crome" (1921) y "Contrapunto" (1928), caracterizadas por la sátira contra la sociedad contemporánea y la moral convencional. En los años treinta su preocupación por los aspectos deshumanizadores del progreso científico fructifica en la distopía "Un mundo feliz" (1932), que le vale el éxito masivo entre la crítica y el público. En esa misma década publica la novela "Ciego en Gaza" (1936), que pone de manifiesto su interés en la filosofía oriental y el misticismo, y viaja a los EE UU, donde se establece definitivamente en California. Allí trabaja como guionista para Hollywood y profundiza en el misticismo, lo que da lugar al ensayo "La filosofía perenne" (1946). En la década de los cincuenta refleja su experimentación con las drogas en "Las puertas de la percepción" (1954) y Cielo e infierno (1956), y, tras la muerte de su primera mujer, contrae matrimonio con Laura Archera. Tras serle diagnosticado un cáncer en 1960, pasa los dos siguientes años trabajando en la novela utópica "La isla" (1962), que verá la luz un año antes de su muerte.

En 1959, Aldous Huxley ofreció un ciclo de conferencias en la Universidad de California, Santa Bárbara. El curso se dividió en dos partes, una de febrero a marzo y otra de septiembre a diciembre, y el tema abordado fue «la situación humana», como el propio Huxley escribió en una carta: 

Mi modesto tema es «la situación humana», y empezaré por los fundamentos biológicos: el estado del planeta, la población, la herencia y su relación con el medio ambiente. Después pasaré al gran determinante de la civilización moderna: la técnica en cada esfera de la actividad humana y sus efectos en el orden social y político. Luego me centraré en el individuo y sus potencialidades, y en lo que tal vez podríamos hacer para realizarlas. Es un proyecto demasiado vasto, pero, incluso aunque sea de forma inadecuada, vale la pena emprenderlo como antídoto a la especialización y la fragmentación académicas. 1

Las conferencias han sido ligeramente editadas. Se han eliminado algunas repeticiones en aquellos casos en que era posible hacerlo sin perjudicar la inteligibilidad o interrumpir la fluidez del texto. Asimismo, se han suprimido todos los preámbulos y la octava conferencia, titulada «El futuro está en nuestras manos», porque era casi por completo un resumen de las anteriores. Por último, se han incluido algunas notas al pie de página. 

Aldous Huxley pronunció estas mismas conferencias u otras muy similares en diversas instituciones (entre ellas el Massachusetts Institute of Technology y la Menninger Foundation), pero la serie de Santa Bárbara es sin duda la más completa, y por esta razón ha sido elegida para su publicación. Agradezco a Laura Huxley su estímulo y sus sugerencias. Asimismo, quiero mostrar mi agradecimiento a Corona Machemer, de Harper & Row, por su valiosa colaboración. 
Piero Ferrucci

Como todos sabemos, aprender poco es peligroso. Ahora bien, adquirir mucho conocimiento altamente especializado también lo es; de hecho, en ocasiones resulta incluso más peligroso que lo primero. Hoy en día, uno de los mayores problemas de la enseñanza superior es cómo conciliar el afán de aprender mucho, es decir, de adquirir conocimiento especializado, con el afán de adquirir un conocimiento básico, el cual nos proporciona la forma más amplia, pero también más superficial, de afrontar los problemas humanos. 

Esto, evidentemente, no es un problema nuevo. Mi abuelo T. H. Huxley, un hombre que no era feliz si no emprendía al mismo tiempo tres o cuatro trabajos completamente absorbentes,se dedicó en la década de 1870 a la creación de la moderna educación inglesa. Trabajó a fondo en la instrucción primaria y secundaria e hizo mucho por convertir la Universidad de Londres en una institución moderna, es decir, una con un alto grado de especialización en todos los campos. Lo interesante es que a principios de la década de 1890 mi abuelo ya estaba profundamente preocupado por el problema de la especialización excesiva. Unos tres años antes de su muerte trazó un plan para coordinar los diversos departamentos especializados de la Universidad de Londres y crear así una especie de educación integrada. 

Huelga decir que los planes de mi abuelo nunca se aplicaron y que el problema de la educación integrada sigue exactamente como estaba —a pesar de que concierne a todas las personas vinculadas a tales actividades y de que ha habido varios intentos de resolverlo—. Dichos intentos han consistido simplemente en agregar información humanística a la información científica especializada; en coordinar la ciencia y las humanidades por medio de un enfoque histórico, lo que tiene algunos méritos, y en recurrir a los programas basados en «los cien libros más importantes». En mi opinión, ninguno de esos intentos ha sido satisfactorio. Tengo la sensación de que el ideal de una educación integrada exige un enfoque en términos de los problemas humanos fundamentales: ¿quiénes somos? ¿Qué es la naturaleza humana? ¿Cómo deberíamos relacionarnos con el planeta en el que vivimos? ¿Cómo podemos convivir con nuestros semejantes de manera satisfactoria? ¿Cómo desarrollar nuestras potencialidades individuales? ¿Cuál es la relación entre lo innato y lo adquirido? 
Si empezamos por estos problemas y les damos un lugar de primacía, podemos reunir información de una gran cantidad de disciplinas que hoy en día están aisladas por completo. Creo que este es probablemente el único medio para crear una forma de educación completamente integrada. 

Por el momento, sin embargo, esta educación integrada no existe. Aquí me parece que puede encontrarse la razón por la cual una persona como yo, que muestra lo que podría llamarse una ignorancia enciclopédica en muchas disciplinas, podría ser útil para una institución de enseñanza altamente especializada como esta en la que nos encontramos. Un hombre de letras puede cumplir en la actualidad una función valiosa reuniendo una gran cantidad de temas y mostrando las relaciones existentes entre los mismos. Se trata de construir puentes. 

Existe una palabra muy interesante: pontifex, o constructor de puentes. Es el vocablo latino con el que en Roma se designaba a un miembro de la clase sacerdotal, a cuya cabeza estaba el pontifex maximus. (En realidad, la etimología aceptada de pontifex es probablemente falsa. Estoy casi seguro de que la palabra original no era pontifex, sino puntifex, que en la antigua lengua prelatina, el osco, hace referencia a quien se encarga de los sacrificios propiciatorios. Los romanos tradujeron esto a su propia lengua como pontifex, constructor de puentes.) En un contexto religioso, pontifex significa constructor de un puente entre la tierra y el cielo, entre lo material y lo espiritual, lo humano y lo divino. Esta idea del pontifex, del constructor de puentes, es muy provechosa: si reflexionamos sobre ella, podemos extraer valiosas conclusiones. 

La función del literato, en este contexto, es precisamente construir puentes entre el arte y la ciencia, entre los hechos objetivamente observados y la experiencia inmediata, entre la moral y la evaluación científica. Hay que construir todo tipo de puentes, y esto es lo que trataré de hacer en el curso de estas conferencias. 

Pero el literato que trata de construir puentes se enfrenta a un serio problema. Es interesante retroceder en la historia de la literatura y comprobar cómo este problema fue cuidadosamente considerado por Wordsworth a fines del siglo xviii, en el prefacio de sus Baladas líricas. El autor nos dice que los más distantes descubrimientos del químico, el botánico o el mineralogista llegarán a ser para el poeta un tema tan adecuado como cualquier otro, siempre y cuando dichos temas interesen a los seres humanos en general y puedan ser considerados según su significado para los hombres como «seres que gozan y sufren». 3 

Se trata de una gran verdad. Si los resultados de la ciencia han de ser incorporados al arte, deben convertirse de algún modo en algo más que meros hechos, y las teorías científicas deben convertirse en algo más que meras abstracciones y generalizaciones: deben llegar a ser hechos experimentados directamente, hechos que significan algo, que tienen un contenido emocional. Pero aquí nos hallamos ante un círculo vicioso, porque, si bien es obvio que los hechos científicos no pueden convertirse en materia adecuada para la poesía y el arte literario en general mientras no se tiñan de emoción y nos involucren como personas, es igualmente obvio que no se teñirán emocionalmente ni afectarán al tono general de la sensibilidad humana hasta que hayan sido expresados de forma artística —porque la función del artista es hacer asequibles, para el resto de la comunidad, vastas zonas de valor y significado—. 

Podría decirse que, en cierto sentido, los patrones emocionales y valorativos de los que se sirven las personas son creados en gran medida por el artista, quien encuentra la expresión y la forma verbal apropiadas para hacer conocido e interesante lo que previamente era desconocido o carecía de interés. Así, nos enfrentamos a la clave del dilema: necesitamos que los hechos científicos se tiñan de emoción si queremos que nos resulten enteramente valiosos en términos emocionales. Supongo que la salida de este círculo vicioso se producirá mediante el advenimiento providencial, en determinado momento, de algún genio que zanjará la cuestión y creará para nosotros el aparato verbal necesario para que los hechos y las teorías de la ciencia se conviertan en materia adecuada para el arte. Naturalmente, no podemos prever cómo y cuándo surgirá ese genio, pero el viento sopla donde se lo escucha, y posiblemente ese misterioso constructor de puentes, ese pontifex maximus, asomará tarde o temprano. 

Por lo que a mí respecta, no soy desde luego un pontifex maximus, pero incluso un pontifex minimus puede hacer algo. La cuestión es encontrar un vocabulario adecuado para abordar estos problemas. Hoy contamos con una gran variedad de vocabularios: el del habla corriente, el de la prosa literaria, el elevado de la poesía y el abstracto de la teoría científica. (También tenemos el terrible vocabulario de los libros de texto, cuya lectura me resulta insufrible. Dado semejante vocabulario, no es extraño que las teorías y los hechos científicos nos parezcan irrelevantes a los seres que gozamos y sufrimos.) De momento, carecemos de una forma verbal que exprese la unión de la teoría y los hechos científicos con nuestra experiencia directa. 

No es exagerado insistir en lo necesarias que son las palabras. Hay una anécdota muy interesante e instructiva sobre el gran pintor Degas y el poeta, no menos grande, Mallarmé. En sus ratos libres, Degas escribía versos. Un día se encontró con Mallarmé y le dijo: «Es terrible. No sé lo que me ocurre. Tengo ideas estupendas, pero cuando las pongo por escrito, el verso es muy malo, y no es poesía». Mallarmé le contestó: «Mi querido Degas, la poesía no se hace con ideas, sino con palabras». Precisamente ese genio para convertir ideas en palabras, que tiene de algún modo un poder de penetración semejante al de los rayos X, es lo que caracteriza a los grandes hombres de letras. Podemos decir que el plan que debemos llevar a cabo para lograr un punto de vista integrado está en cierto modo resumido en una extraordinaria frase de Shakespeare, en la que Hotspur dice: 
But thought’s the slave of life, and life time’s fool; And time, that takes survey of all the world, Must have a stop. 4 
[Pero el pensamiento es esclavo de la vida; y la vida, juguete del tiempo; y el tiempo, que todo lo supervisa, debe detenerse.] Es una de esas cosas increíbles que encontramos en Shakespeare; en un par de versos formula toda una filosofía y luego pasa a otra cosa. «El pensamiento es esclavo de la vida»: no podemos pensar de forma abstracta sin involucrarnos como seres fisiológicos, como miembros de esta comunidad que habita el planeta; y «la vida [es un] juguete del tiempo»: el transcurso del tiempo tiende a socavarlo todo y a producir cambios constantes; y, sin embargo, «el tiempo, que todo lo supervisa, debe detenerse»: 

hay un aspecto religioso, espiritual, de la vida —el tiempo debe detenerse en el mundo atemporal, eterno—. Son esos tres mundos —el mundo de las abstracciones y los conceptos, el mundo de la experiencia inmediata y la observación objetiva y el mundo de la percepción espiritual— los que deben ser reunidos en un punto de vista integrado. 

Huelga decir que se trata de una proposición sumamente difícil. ¿Cómo podemos describir, por ejemplo, una experiencia mística? Necesitamos un lenguaje que nos permita hablar de una experiencia tan profundamente personal como esa en términos filosóficos, bioquímicos y teológicos. De momento, son tres vocabularios separados y sin relación entre sí; nuestro problema, en cierto modo, consiste en descubrir un vocabulario literario, artístico, que nos permita pasar sin tropiezos de un punto de vista a otro, de un conjunto de ideas a otro. Cuando el problema se plantea de una forma específica como esta, se puede ver bien su enorme dificultad. Realmente necesitamos un poeta como Shakespeare —un pontifex maximus— para resolverlo. Mientras dicho poeta llega, intentaré seguir adelante con mis limitados recursos y veré qué puedo hacer para construir puentes. 

Cambiemos ahora la metáfora tomada de la ingeniería por otra muy expresiva, tomada de la esfera doméstica, y hablemos de lo que se ha dado en llamar «el celibato del intelecto». El problema de todo conocimiento especializado es que consiste en una serie organizada de celibatos. Los diferentes temas viven en sus respectivas celdas monásticas, separados los unos de los otros; no se casan entre ellos ni engendran los hijos que deberían engendrar. El problema consiste en tratar de concertar matrimonios entre esos diversos temas, con la esperanza de producir una valiosa progenie. Y no solo existe el celibato entre diferentes aspectos del intelecto; también hay un celibato de las pasiones, un celibato del instinto. Este tema del aislamiento de las pasiones es muy característico de la literatura contemporánea. Si ustedes ven ciertas obras de teatro —por ejemplo las de Tennessee Williams, un dramaturgo de enorme talento, a quien admiro mucho— advertirán que hay en ellas un celibato casi total de las pasiones. Estas existen en un estado químicamente puro, sin ninguna conexión con el intelecto. Viven una vida independiente. 

Si tomásemos estas piezas teatrales como una imagen seria de la vida contemporánea, nos engañaríamos por completo, como pensé el otro día al ver en un teatro una de dichas piezas muy bien representada. El mero hecho de representarla requirió tan apasionada combinación de personas que utilizaban su intelecto, y que mantenían su voluntad firmemente fijada en el tema, que el resultado refutaba por completo la idea de que las pasiones están disociadas de las actividades intelectuales y volitivas de los seres humanos. 

En cualquier caso, lo que necesitamos es concertar matrimonios, o más bien devolver a su estado original de unión los diferentes departamentos del conocimiento y la sensibilidad que fueron arbitrariamente separados y obligados a vivir en celdas monásticas. Podemos hacer una parodia de la Biblia y decir: «Lo que la naturaleza ha unido, ningún hombre lo separe»; no hay que dejar que la arbitraria división académica desmiembre la trama estrechamente tejida de la realidad y la convierta en algo absurdo. 

Pero nos enfrentamos a un problema muy serio: cualquier tipo de conocimiento superior requiere especialización. Tenemos que especializarnos para poder penetrar más profundamente en ciertos aspectos separados de la realidad. Es decir, la especialización es absolutamente necesaria, pero llevada al extremo puede llegar a ser absolutamente perjudicial. 

Por lo tanto, debemos descubrir algún modo de sacar el mejor partido de ambos mundos: el mundo altamente especializado de la observación objetiva y la abstracción intelectual, por un lado, y, por otro, lo que podríamos llamar el mundo matrimonial de la experiencia inmediata, en el cual nada puede ser separado. Somos a la vez intelecto y pasión, nuestras mentes tienen a la vez conocimiento objetivo del mundo exterior y experiencia subjetiva. Mostrar la relación que hay entre estos mundos separados y descubrir métodos para unirlos es la tarea más importante de la educación moderna. Me gustaría citar un pasaje muy hermoso, tomado de una carta de T. H. Huxley a Charles Kingsley con motivo de la muerte del hijo menor del primero, que tenía tan solo cuatro años. Kingsley había escrito una carta de pésame, y mi abuelo le respondió con una extensa misiva acerca del problema de la inmortalidad y la posición del hombre de ciencia en el mundo moderno: 

A mi juicio, la ciencia enseña de la forma más elevada y vigorosa la gran verdad, esa que está encarnada en la concepción cristiana de entrega total a la voluntad de Dios. Uno debe afrontar los hechos como lo haría un niño, debe estar preparado para renunciar a toda idea preconcebida, para seguir humildemente a la naturaleza hacia cualquier abismo al que esta nos conduzca. Si uno no actúa así, no aprenderá nada. 5 

Esto nos demuestra que el proceso científico es intrínsecamente un proceso ético, un aspecto de la ciencia que no se acentúa lo suficiente hoy en día. La humildad del científico ante los hechos observados es algo de suma importancia desde el punto de vista ético. Esto se ve con claridad desde los tiempos de Francis Bacon, quien, a pesar de no ser un serio hombre de ciencia, formuló varias ideas generales de gran relevancia para el desarrollo de la ciencia en los siglos xvii y xviii. Bacon era hostil a los filósofos escolásticos, e incluso a los griegos, que se atrevían a hacer afirmaciones acerca del universo sin preocuparse por averiguar cuáles eran en realidad los hechos. Hay en Bacon varios pasajes notables en los que habla de la perversidad de aquellos filósofos. Se refiere a Platón y Aristóteles como hombres culpables. (La hostilidad del autor hacia ambos filósofos es más bien injusta. Al fin y al cabo, Aristóteles fue un observador científico muy importante.) En un famoso fragmento de El avance del saber, Bacon dice que los escolásticos son como arañas; tejen sus telas en su propio cerebro sin prestar ninguna atención a lo que sucede en el mundo, y las telas son admirables por la finura del hilo y por la calidad del trabajo, pero carecen de sustancia y no resultan fructíferas. 5 

Asimismo, en el prefacio de uno de sus libros menores, La historia de los vientos, habla de manera muy elocuente y vigorosa sobre la cualidad ética de la ciencia: 

Por lo tanto, si somos humildes con el Creador, si tenemos algún respeto y estima por Sus obras,si conservamos algún rastro de caridad con los hombres y deseamos aliviar sus miserias y necesidades,si mostramos algún amor porlas verdades naturales, alguna aversión a la oscuridad y algún deseo de purificar el entendimiento, entonces la humanidad tendrá que interesarse de manera más afectuosa y ser exhortada a abandonar, al menos por un tiempo, sus absurdas, fantásticas e hipotéticas filosofías (que han hecho cautiva a la experiencia y han triunfado puerilmente sobre las Obras de Dios); y ahora, con la sumisión y la veneración debidas, la humanidad tendrá que leer atentamente el Volumen de la Creación, ocuparse durante un tiempo de él y, disponiéndose a la tarea con una mente purgada de opiniones, ídolos y falsas nociones, departir familiarmente sobre el particular.

Este es un espléndido pasaje, sobre el que vale la pena meditar, porque el rechazo a aceptar ideas preconcebidas y a convertir la opinión propia en tesis antes que en hipótesis de trabajo es precisamente lo que constituye el sello de un científico genuino, así como la esencial naturaleza ética de la actividad científica. 

Bacon creía firmemente que uno de los valores de la ciencia estaba en sus frutos, que esta podía hacer mucho por aliviar las necesidades y el sufrimiento del ser humano. Como sabemos, ciertamente puede hacerlo. Pero también puede hacer otras cosas de las que somos dolorosamente conscientes. Como Bacon nunca se cansaba de repetir, el conocimiento sin amor puede estar profundamente corrompido e incluso ser nocivo. El autor acusó a filósofos como Platón y Aristóteles no solo porque carecían de humildad para estudiar los hechos objetivos y fundar sus razonamientos en tales hechos, sino también porque se habían dedicado al conocimiento por pura satisfacción intelectual, y no motivados por el amor o el afán de ayudar a los seres humanos. 

Ahora los papeles se han intercambiado: los arrogantes filósofos de hoy son miembros de la escuela científica que ha olvidado la humildad. Todos estamos familiarizados, por ejemplo, con la extrema vanidad de los primeros conductistas. Cuando leemos los escritos tempranos de J. B. Watson, nos sorprende que alguien que afirma ser científico haya hecho afirmaciones tan rotundas y haya desdeñado enormes áreas de la experiencia humana. A científicos como estos, Bacon les habría reprochado que sean tan vanidosos y que no muestren ese amor necesario para que el conocimiento sea valioso. 

Nuestro problema, entonces, es conciliar los diferentes aspectos del mundo tal como lo conocemos, recrear el estado de unión con el que nos familiariza la experiencia directa. Y es que, en efecto, estamos familiarizados con el hecho de que el mundo de los conceptos y las abstracciones se ve compensado por el mundo de la experiencia inmediata; es decir, la experiencia interior convive con una descripción objetiva de la naturaleza que es construida sobre inferencias. Pero ¿cuál es la relación filosófica entre estos dos aspectos de nuestro conocimiento, el interior y el exterior? Me inclino a creer que científicos con inquietudes filosóficas como Max Planck están en lo cierto al pensar que ambos mundos, el abstracto y el inmediato, no son más que aspectos de la misma realidad, esto es, que la Realidad básica consiste en un monismo neutral, visto en un caso como física atómica (por ejemplo) y en el otro como experiencia inmediata de valor, amor y emoción. De momento, no podemos profundizar en este punto de vista, pero conviene mencionarlo y señalar que la construcción de ese puente fundamental es un problema urgente para nuestro mundo. 

El título de este curso es deliberadamente vago y general porque no quería comprometerme de antemano ni pretender que sé demasiado. Nuestra tarea consistirá en elegir varios aspectos de la situación humana para ver cómo pueden construirse puentes entre los hechos y los valores. Empezaré por considerar al hombre en relación con el planeta, porque vivimos en este planeta particular y, nos guste o no, debemos seguir en él indefinidamente. Lamento decirlo, pero todo ese ruido sobre ir a Marte o a otro lugar me parece absurdo, pues es mucho más importante descubrir qué podemos hacer con la Tierra, y por desgracia lo que estamos haciendo es desastroso. Así pues, en primer lugar, intentaré exponer nuestra relación actual con el medio ambiente, así como los corolarios éticos de esos hechos y qué Weltanschauung (cosmovisión) nos ayudaría a remediarlos. Después hablaré de la relación entre las fuentes disponibles ahora y aquellas que estarán disponibles en el futuro. Construiré un leve e hipotético puente hacia el futuro. 

Tras ello, abordaremos los problemas estrictamente biológicos del individuo humano y hablaremos del hombre desde el punto de vista de la herencia y desde el punto de vista del ambiente, tratando de establecer alguna especie de equilibrio entre estos dos factores que tan profundamente influyen en nuestra existencia. El problema del hombre en sociedad será el siguiente, y ahí me detendré a fondo en lo que me parece el factor sociológico más importante de los tiempos modernos: el desarrollo de la tecnología y lo que podría llamarse la tecnificación de cada aspecto de la vida humana. Después pasaré a otros aspectos de la vida social, y a su debido tiempo espero llegar al problema del individuo, el problema de las potencialidades humanas y de lo que puede hacerse para realizar aquellas que hoy permanecen en gran medida latentes en la mayoría de las personas. Huelga decir que, en conexión con lo anterior, habrá necesariamente discusiones sobre arte y sobre los problemas de la creación y la intuición. 

Vagaremos hasta llegar muy lejos en esta búsqueda de puentes. Cuando lleguemos al final, habremos recorrido un largo camino y estaremos hartos de mis discursos, pero, por suerte, entonces desapareceré sigilosamente.

1. Carta del autor a Matthew Huxley, 8 de enero de 1959, Letters of Aldous Huxley, Chatto & Windus, Londres, 1969, p. 860.
2. Conferencia pronunciada el 9 de febrero de 1959.
3. William Wordsworth, prefacio a la segunda edición de las Baladas líricas.
4. William Shakespeare, Enrique IV, Primera parte, V, iv, 81-83.
5. Thomas H. Huxley a Charles Kingsley, 23 de septiembre de 1860, citado por Leonard Huxley en Life and Letters of Thomas Henry Huxley, Appleton, Nueva York, 1900, vol. 1, p. 235.
6. Francis Bacon, Advancement of Learning (El avance del saber), I, iv, 5. 
7. Francis Bacon, Silva Silvarum: the Phaenomena of the Universe, Knapton, Londres, 1735, vol. 3, p. 5.

VER+:

EL PROGRESISMO MATERIALISTA Y SENTIMENTALISTA 
ES EL OPIO DEL... MUNDO (ALDOUS HUXLEY)